La costumbre de mantener casas de fieras, donde los animales vivían en semi-libertad, arranca de los reyes persas. Ellos tenían un recinto rodeado de muros que se llamaba paradeisos(del avéstico pairi-daëza, “recinto”). Se supone que la descripción bíblica del paraíso terrenal es una idealización del paradeisos persa, donde dios colocó toda clase de alimentos y lo pobló de bestias del campo y aves de los cielos, regado por el río de la vida, dividido en cuatro brazos: Pisón, Gihón, Tigris y Éufrates.
Atanasius Kircher, Topographia Paradisi Terrestris
Los griegos se sirvieron de este recinto para realizar las primeras investigaciones científicas sobre los animales. Alejandro Magno, tras su victoria sobre Darío, entregó a su maestro Aristóteles unos cuantos animales del paraíso para que los estudiara. Esta podría ser la primera “expedición científica” estupendamente relataba por Eusebio en La Historia del gran rey Alejandro.
Este libro habría inspirado las asombrosas pinturas del Jardín del Edén representadas por El Bosco en El Jardín de las delicias, según el erudito W. Fraenger en Le Royaume millénaire de Jérôme Bosch, París, Ivréa, 1993).
Sin embargo, como hemos visto en otras entradas de mi blog (El Bosco i la riquesa selvàtica de la matèria, L'Infern del Bosch, El Jardí de les delícies: el Paradís), la tesis de Fraenger no está en absoluto demostrada. Según este estudioso, el cuadro de El Bosco fue un encargo de una secta adamita, los Hermanos y Hermanas del Libre Espíritu, que querían una representación del reino milenario anunciado en el Apocalipsis de San Pablo: cuando la Tierra tal como la conocemos sea destruida, descienda de los cielos la Tierra prometida y los santos vivan con Jesucristo durante mil años.
Sin embargo, como hemos visto en otras entradas de mi blog (El Bosco i la riquesa selvàtica de la matèria, L'Infern del Bosch, El Jardí de les delícies: el Paradís), la tesis de Fraenger no está en absoluto demostrada. Según este estudioso, el cuadro de El Bosco fue un encargo de una secta adamita, los Hermanos y Hermanas del Libre Espíritu, que querían una representación del reino milenario anunciado en el Apocalipsis de San Pablo: cuando la Tierra tal como la conocemos sea destruida, descienda de los cielos la Tierra prometida y los santos vivan con Jesucristo durante mil años.
El profeta Isaías LXV, 25, nos habla de un paraíso prometido donde el lobo y el cordero, el león y el buey vivan juntos pacíficamente. Sin embargo, el concepto del paraíso terrenal cristiano se aleja bastante del paradeisos oriental, para aproximarse más a un hortusconclusus, a una especie de huerta donde todo está bien organizado, con flores y plantas, pero carente de animales.
Este jardín (la etimológica de esta palabra, como la inglesa “garden”, implica la noción de “guardar”) del paraíso es un lugar de luz y frescor, regado por el río de la vida, con árboles, prados y flores, pero reservado a los humanos. Las principales referencias al Paraíso en la cultura occidental proceden de los libros de Enoch, el Apocalipsis y la Eneida de Virgilio. Este paraíso terrenal es identificado, a veces, como un lugar intermedio entre el cielo y la Tierra, donde las almas de los mártires y de los justos descasan mientras esperan la resurrección.
Venus, del códice De Sphaera estense
(Alegoría de la alianza entre las familias Sforza y Visconti)
Durante la Edad Media el claustro cuadrado de los cistercienses representará la imagen del Paraíso. La fuente del centro personifica la fuente de la vida. En el siglo XV son numerosas las pinturas que simbolizan el Paraíso como un jardín cerrado con su fuente. Así las obras deDirk Bouts en Lille o de Van Eyck en Gante, quien pinta un jardín con cincuenta especies de plantas, sin un animal, si exceptuamos el cordero, alegoría de Cristo. También hay pintores que lo representan como un prado o jardín abierto, como Hugo van der Goes, El pecado orgiginal (Viena) o Henri Met de Bles, Het paradijs (Rijksmuseum, Amsterdam).
Miniatura ilustración del Román de la Rose
Hugo van der Goes, El pecado original (Viena)
Henri Met de Bles, Het paradijs (Rijksmuseum, Amsterdam)
El Renacimiento, admirado por las obras de la Antigüedad, mezcla la imagen cristiana del Paraíso con la idea pagana del Elíseo. El nuevo Paraíso es un jardín de amor con grandes parques o jardines abiertos. Los jardines botánicos que florecieron a partir del siglo XVI se basaban en esta idea del Paraíso.
Ya desde antiguo, junto con esta visión, existía otra del Paraíso celestial como una fortaleza, una ciudad donde habita una gigantesca asamblea humana. Se trata del triunfo del mineral, poderoso y duradero, frente a la caduca materia vegetal o animal. El prototipo de este Paraíso urbano es la Jerusalén celestial del Apocalipsis de San Juan, privado de cualquier ser orgánico excepto el Árbol de la Vida.
La escalera del divino ascenso (S. VII)
témpera y pan sobre madera 41x29,5 cm
Santo Monasterio de Santa Catalina, Sinai, Egipto, ilustración del tratado de Juan Climaco
témpera y pan sobre madera 41x
Santo Monasterio de Santa Catalina, Sinai, Egipto, ilustración del tratado de Juan Climaco
La escalera del divino ascenso. Icono ruso (Novgorod) del siglo XVI
El Paraíso cristiano medieval, descrito en La Divina Comedia de Dante, presenta la misma pobreza de formas de vida. Cuando llegan los visitantes al Purgatorio, en una cima divisan el Paraíso terrenal, y los únicos animales con los que se cruzan no son seres vivos, sino simbólicos: el dragón, el monstruo del Apocalipsis, el zorro, las herejías, etc. El Paraíso de Dante es una majestuosa agrupación humana, estrictamente jerarquizada, como se puede ver en las representaciones del Paraíso de Tintoretto.
El Paraíso visto desde el purgatorio. Gustave Doré para La Divina Comedia
El Paraíso de Tintoretto, Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid (National Geographic)
Laura Bossi (op. Cit. p. 76) dice que: “Decididamente, parece pues que los animales molestan. Los teólogos han rivalizado en ingenio para justificar que se les limite la entrada al Paraíso terrenal...” Veamos algunos ejemplos, cómicos en ocasiones.
En el comienzo, en el propio Génesis, se describe a los animales enviados por Dios para ser nombrados por Adán: “Los animales de los campos y las aves de los cielos”. Evidentemente, faltan los peces y todos los animales acuáticos, así como los insectos que fueron excluidos porque son “nacidos de las inmundicias”, según el erudito Pereira en Commetariorum et disputationum in Genesim (Mainz, 1912). Este mismo erudito dice que Dios presentó tan sólo un par de animales de las especies “nobles” para evitar aglomeraciones poco gratas en el Paraíso, pues si todas las bestias de la Tierra hubiesen entrado en el Paraíso, en vez de un lugar delicioso, sería un espectáculo horrible, ya que una cantidad tal de animales echaría a perder y deformaría la belleza del jardín. Según Inveges, Historia sacra Paradisi terrestris, Dios le presentó los animales a Adán a las siete de la mañana y, a las dos de la tarde, Adán terminó de nombrarlos y los animales mostraron su alegría cantando, volando y agitando el rabo.
Pereira en Commentariorum et disputationum in Genesim (Mainz, 1912) Fot: Gutemberg BEIC Italia.
Muy interesante para quienes les interese el tema resulta el libro de Jean Delumeau, Historia del paraíso. El Jardín de las delicias (Historia del paraíso 1); Mil años de felicidad (Historia del paraíso 2); ¿Qué queda del paraíso? (Historia del paraíso 3) (2005), Madrid, Taurus.
Sin embargo, encontramos paraísos poblados de animales, como El Jardín del Edén de Jan Brueghel El Viejo y Pieter Paul Rubens o El Jardín del Edén de Lucas Cranach (s. XVI).
El Jardín del Edén de Jan Brueghel El Viejo y Pieter Paul Rubens
El Jardín del Edén de Lucas Cranach (s. XVI)
Entre la iconografía de Adán nombrando a los animales podemos citar a Adán nombrando a los animales de G. B. Andreini, L’Adamo, sacra rapresentatione, Milano, p.36 (1617). Los mosaicos de San Marcos (Venecia) y Monreale (Sicilia) y en los tapices de Bruselas (Florencia). Los animales entran desfilando en el Paraíso terrenal, dan tres vueltas y se vuelven a ir, dejando a Adán y a Eva solos en su jardín. El teólogo Juan Damasceno (La foi orthodoxe, Institut Français de Théologie de Paris, 1966, p. 65) excluye por completo a los animales del Paraíso terrenal, porque “…estaba hecho a la imagen de Dios, donde no había ningún ser privado de razón sino tan sólo el hombre formado por las manos divinas”.
Adán nombrando a los animales, de G. B. Andreini, L’Adamo, sacra rapresentatione
Esta preferencia por los jardines botánicos también se encuentra en la añoranza que griegos y romanos sienten por una edad de oro perdida donde existían los Campos Elíseos o Islas Afortunadas. El tema de la manzana dorada es un elemento que aparece en las leyendas o cuentos de hadas de muchos países. Normalmente, un héroe (como Hércules o el príncipe azul en las leyendas occidentales) tiene que hacerse con las manzanas doradas escondidas o robadas por un personaje malvado como un brujo, zmeu, un dragón o un monstruo, lo cual nos recuerda a los viajes extáticos que emprendían los chamanes hacia el más allá.
El rey de los feacios, Alcinoo, quien proporcionó a Ulises una embarcación para que pudiera regresar a Ítaca, vivía en un encantador jardín cercado, situado en una isla, lleno de árboles frutales. El Jardín de las Hespérides de Hesíodo (Teogonía), situado más allá del océano, está llenos de árboles que producen manzanas de oro. Pero no se ve ningún animal. Horacio en sus Epodas nos habla de las Islas Afortunadas, donde únicamente viven vacas y cabras que ofrecen voluntariamente sus mamas para ser ordeñadas. Los campos Elíseos de Virgilioestán compuestos por prados, vergeles y bosques de laurel.
El Jardín de las Hespérides. Las manzanas están en un árbol, guardadas por el dragón Ladon se parece más a una serpiente. Londres E 224, figura hydria roja de Ática, ca. 410-400 aC
Fotografía cortesía del Patronato del Museo Británico, Londres
El Jardín de las Hespérides de Ricciardo Meacci (1894)
Muchas pinturas de Pierre Puvis de Chavannes reflejan esta “edad de oro” perdida
Muchas de estas interpretaciones, en realidad, son idealizaciones propias de los agricultores o de sus campos, como la campiña italiana. Aquí, las pocas fieras que existen, conviven en paz; los alimentos son vegetarianos, como el vino, miel, leche y trigo. Ovidio, en suMetamorfosis, evoca una edad dorada donde la tierra produce frutos sin trabajo, en una eterna primavera, donde fluyen ríos de leche y de néctar y la verde encina destila dorada miel. Esta imagen de los ríos de leche y miel aparece en el Apocalipsis de San Pablo, de esta manera, dice Laura Bossi, “Su origen animal es así completamente ocultado y negado, de la misma manera en que hoy en día, en nuestros modernos supermercados, el niño ignora todo sobre el origen de la leche o de la miel envasados”.
Bucólico, de Henri Martin
También el Más Allá de los musulmanes se representa como un jardín. El séptimo paraíso, hogar de Dios, es un “hortus conclusus” lleno de fuentes y de árboles frutales, amenizado por los melodiosos cantos y música de muchachas.
El patio del ciprés de la sultana. Generalife (Granada)
Este rechazo a los animales viene de antiguo. En el génesis se dice que Dios creó a los animales para hacer compañía al hombre. Murieron todos -excepto los que salvó Noé- durante el diluvio y, los que se salvaron, fueron sometidos a una humanidad dotada de una autoridad imperial, según la cual, Dios concedió el derecho a los hombres de alimentarse de la carne de los animales.
Los animales se convierten así en criaturas subalternas, propiedad de los seres humanos, que tenían el derecho de obligarlos a trabajar y servirse de ellos como alimento. Sin embargo, de alguna manera, estos seres fieles y llenos de paciencia, han de desaparecer cuando llegue el Día del Señor, sin que las Escrituras den razón válida alguna que explique la razón de este decreto.
Cazadores furtivos. Chimpancé muerto para vender la carne
Algunas voces críticas se alzaronn contra este precepto, como el Eclesiastés (3,18-21):
Dije en mi corazón: Es así, por causa de los hijos de los hombres, para que Dios los pruebe, y para que vean que ellos mismos son semejantes a las bestias.
Porque lo que sucede a los hijos de los hombres, y lo que sucede a las bestias, un mismo suceso es: como mueren los unos, así mueren los otros, y una misma respiración tiene todos; ni tiene más el hombre que la bestia; porque todo es vanidad.
Todo va a un mismo lugar; todo procede del polvo, y todo volverá al mismo polvo.
¿Quién sabe si el alma de los hijos de los hombres sube arriba, y si el alma de las bestias desciende a bajo a la tierra?
Este desprecio hacia los animales surge, según autores como Eric Baratay, L’Église et l’animal. France, XVI-XX siècle (París, Le Cerf, 1996) y Florence Burgat, La protection des animaux (París, PUF, 1997; Animal, mon prochain, París, Odile Jacob, 1977), por culpa del dogma cristiano de la resurrección, que se ha convertido progresivamente en una frontera infranqueable, entre el ser humano y las otras criaturas.
La creación de los animales según el Hortus Deliciarum, “le Jardin des Délices”.
Adán nombrando a los animales. Pintura medieval.
Physiologus, Adam nomme les animaux
Cambrai, vers 1270-1275
Douai, Bibliothèque municipale, ms. 711, fol. 17 (Photo credit: BnF)
Cambrai, vers 1270-1275
Douai, Bibliothèque municipale, ms. 711, fol. 17 (Photo credit: BnF)
Según los cristianos, el hombre es inmortal, en cambio, los animales son efímeros por lo que son despreciados. Los animales no están en el Paraíso porque no pueden resucitar.