Se trata del héroe solar que vence al dragón o serpiente, encarnación del caos, el mal y la muerte presente. Así pues, la “muerte” ya no es percibida como una fase de la totalidad lunar, fases que se suceden de forma continuas, en una especie de devenir cósmico de muerte y renacimiento, lo que reconciliaba al hombre con la Muerte, según Mircea Eliade, quien continúa diciendo que el sol, por el contrario, revela otro modo de existencia: no participa en el devenir, siempre en movimiento, permanente e inmutable, su forma es siempre la misma. Las hierofanías solares traducen los valores religiosos de la autonomía y la fuerza, de la soberanía y de la inteligencia.
Para M. Eliade muchas mitologías heroicas son de estructura solar. El héroe es asimilado al sol que lucha contra la oscuridad, desciende al reino de la muerte y emerge victorioso. En las mitologías solares la oscuridad no forma parte del dios (sol), sino que es todo lo contrario, se opone a la vida, a las formas y la inteligencia.
En muchas culturas las epifanías luminosas de los dioses solares se convierten en el signo de la inteligencia. Al final, el sol y la inteligencia se asocian, proclamando al sol como inteligencia del mundo.
A veces se concibe al dios solar como una barca iluminada que cruza el gran mar del cielo y cada noche debe derrotar a un monstruo, como ocurre con el dios solar egipcio Ra, quien por la noche debía derrotar al gigantesco demonio serpiente Apofis.
La nueva imagen mítica de la Edad del Hierro es la del dios héroe solar que se enfrenta y mata al dragón de la oscuridad y el caos. Para Joseph Campbell, en cualquier lugar y cultura del planeta el mito nos representa con la misma precisión y fidelidad a cada uno de los seres humanos, puesto que son las imágenes de nuestros sueños, de nuestro vasto inconsciente lo que vemos plasmado en ellos. Esta sería la teoría sobre el “mito del héroe” descrita por Joseph Campbell en “The Hero with a Thousand Faces”. Algo que el psicólogo Carl Jung describió con el nombre de arquetipos: el héroe, el sabio anciano, la doncella, el viaje en busca del tesoro o la tierra prometida, plagado de peligros y monstruos, un viaje que en lo que llamamos “realidad” todos compartimos en nuestras vidas, en la superación de nuestros miedos y la búsqueda de ese paraíso o el tesoro perdido que no es otro que nosotros mismo, el encuentro de nuestro verdadero ser. Según Anne Baringy Jules Cashford este héroe surgió como un mito fundamentalmente bélico cuando la cultura indoeuropea (aria) se estableció en Mesopotamia, India y Grecia.
Joseph Campbell, El héroe de las mil caras
También se encuentra en la cultura cananita (semitas), en la que Baal -hijo del toro El, padre de los dioses- era el que daba muerte a la serpiente Lotan (Marduk, cuya arma era el rayo, también daba muerte a la serpiente, y el toro era el animal que encarnaba su poder creador), pero también era un dios de la fertilidad que traía la lluvia del cielo.
Baal da muerte a Lotan, también llamada Litan, de la que procede el Leviathan, originario de un mito de Ugarit.
Este aspecto demuestra, una vez más, el origen chamánico del héroe, el sacerdote que inicia un viaje extático hacia el “más allá” donde moran los espíritus de los antepasados para conseguir alimentos y bienestar para su sociedad. El descenso de Baal al inframundo ocasionaba la muerte de los cultivos; el rescate del dios por parte de Anat, su hermana y consorte, los regeneraba. Como Tamuz, que también bajaba al inframundo, Baal siguió siendo el hijo-amante de la diosa que muere y es resucitado. Para librarlo Anat mantiene una fiera batalla contra Mot, el dios que personifica la sequía (como el egipcio Seth) y, de forma más general, la esterilidad y el inframundo (el término hebreo para muerte es “mot”). Cuando Anat encontró a Mot lo cribó en un cedazo, lo quemó, lo molió en un molino, esparció su carne por los campos y se lo dio a comer a los pájaros, como si estuviese sembrando grano.
La hermana y consorte de Baal, Anath, es también conocida como Astarte, Istar (Acad, Babilonia) o Athtar la diosa de los regadíos de Ugarit. La vieja diosa semítica se le conoce en Fenicia como Ashtarte, en Babilonia como Ishtar, y en Arabia como Athtar. Ashtoret deriva de Ashtart. En el norte de Africa Ashtoreth fue conocida como Tanith y en Abisinia se le llamaba Astar.
La lucha con el dragón también se encuentra en Grecia. Zeus que arroja truenos y rayos, tiene que vencer al dragón Tifón, el monstruo con cien cabezas de serpiente, hijo menor de Gea, la tierra. También Apolo (hijo de Zeus) el dios arquero, tras matar al dragón, se convierte en el dios oracular de Delfos.
Zeus mata a Tifón, cerámica griega pintada, c. 550-500 a.C.
El dios Yahvé del Antiguo Testamento hereda la estructura mítica de enfrentamiento, tanto de Baal como de Marduk. Su imagen se forja según el modelo heroico del triunfo de la luz sobre las fuerzas de la oscuridad. Vence al Leviatán (Baal da muerte a la serpiente Lotan, también llamada Litan, de la que procede el Leviatán), serpiente tortuosa, dragón que hay en el mar. Imágenes rudas de pugna física y de combate feroz dominan muchos pasajes del Antiguo Testamento. Yahvé domina a Tethom, que encarna las profundidades, cuyo nombre deriva de Tiamat.
La destrucción del Leviatán, un grabado hecho en 1865 por Gustave Doré
Las imágenes de lucha del dragón se transmitieron en los relatos de San Miguel y de San Jorge con sus dragones del mal. Pueden vislumbrarse las fuentes babilónicas de la batalla de Miguel contra Lucifer (Apocalipsis) si se sustituye a Miguel por Marduk y al diablo por Tiamat y a los ángeles caídos por sus huestes demoníacas.
San Miguel Arcángel aplastando a la bestia, ubicado en la Iglesia de San Miguel, Segovia, España.
San Miguel Arcángel , c. 1615, Óleo sobre tabla, Museo Nacional de Arte / INBA, México, DF
El Poema de Beowulf
Según afirman Luis y Jesús Lerate en Beowulf y otros poemas anglosajones(Alianza Editorial, 1986-1999), estamos ante el más antiguo de los poemas épicos germánicos de cierta extensión que han llegado a nuestros días, por lo que no es de extrañar que para la literatura británica y la de la Europa del norte Beowulf tenga la misma importancia que la Canción de Roland, el Poema de mío Cid, Digenís Akritas, o Tirant Lo Blanch de Joanot Martorell. Sin embargo, a pesar de haber sido compuesto seguramente en la Inglaterra de la primera mitad del siglo VIII y de estar escrito en old english o antiguo inglés (se ha conservado en un manuscrito del siglo XI, el Cotton Vitellius), no puede considerarse Beowulf como una epopeya nacional anglosajona, sino de la antigua nación germánica en su conjunto, pues fueron tribus germánicas las que se asentaron en las islas desde el siglo V.
Beowulf contra Grendel. Obra de Claraval. Beowulf Medieval
La acción del poema se desarrolla en tierras escandinavas en los siglos V y VI y refiere las hazañas de Beowulf, héroe del pueblo gauta, asentado en el sur de la actual Suecia. La historia nos cuenta las aventuras que vive en su juventud, durante una visita al palacio del rey danés Hródgar o Hrothgar, rey de los daneses: Heorot, su hermoso palacio, se ha convertido en territorio de caza del demonio Grendel. Cuando Beowulf conoce esta noticia, va directamente a Heorot y combate contra el monstruo, al que mata desmembrándolo. La fiesta resultante termina abruptamente cuando la madre de Grendel (su nombre jamás se menciona), llena de pena y rabia, mata a varios de los asistentes. Beowulf la sigue hasta un lago, desciende hasta las profundidades del mismo y combate contra la madre con una espada que se ha encontrado allí, matándola.
Entre la segunda y la tercera parte del poema hay una elipsis: ahora Beowulf es el anciano rey de su pueblo (los gautas) cuando un dragón monta en cólera y comienza a devastar la tierra. Beowulf se enfrenta al dragón y lo derrota pero no sin antes recibir una herida fatal. El funeral del héroe marca el trágico fin del poema. La historia de la tercera parte sucede en Suecia y nos cuenta cómo hacia el años 510 de nuestra era, un dragón fue el encargado de vigilar la tumba en la que había sido enterrado un antiguo rey con todos sus tesoros. Una tarde, un hombre consiguió entrar en la colina que servía de enterramiento, y robó parte del tesoro. El dragón montó en cólera, y asoló la ciudad vecina, incendiando las casas, los campos, y devorando el ganado y a muchos habitantes de la zona. El rey de esa ciudad, el héroe Beowulf, ya era un hombre anciano. Pero a pesar de su avanzada edad, decidió ir a enfrentarse al dragón en compañía de su leal escudero. Esquivando los ataques y las llamas de fuego, y con enorme destreza lograron herir una y otra vez al animal, hasta que lo mataron. Pero también el rey murió como consecuencia de un terrible zarpazo que recibió del dragón poco antes de que éste cayera al suelo.
I. Beowulf va a Dinamarca para prestarle su ayuda al rey Hrógar frente al monstruo Gréndel:
«El acoso de Gréndel a oídos llegó
del intrépido gauta Beowulf, vasallo de Hýglac.
En fuerza excedía este noble varón
a todos los hombres que vivos entonces
había en el mundo. Mandóse equipar
un viajero del agua un barco: marchar decidió
por la senda del cisne el mar en socorro del rey,
del bravo caudillo al que la gente faltaba.
Bien poco reparo a su marcha pusieron
los sabios ancianos aunque era querido:
a partir le incitaron tras ver los augurios.
llevaría consigo el mejor de los gautas
selectos guerreros, los más valerosos
que pudo encontrar. Quince marcharon
al leño del agua el barco: el buen navegante
resuelto a la costa a su gente llevaba.
El momento llegó. Al pie de las peñas
flotaba la nave; animosos los hombres
saltaron a bordo. Se arrollaban las olas,
mar contra arena. Los guerreros pusieron
adentro del barco magníficas piezas,
brillantes pertrechos. Hiciéronse al mar,
viaje emprendieron en recio navío.
Por el viento impulsado el barco avanzó
-de espumas cubierto lo mismo que el ave el mar, el cisne-
y al tiempo debido, un día después,
el curvo navío llegó a su destino
y los hombres del mar divisaron la costa,
relucientes escollos, altas montañas,
buen litoral. Acabose el viaje
a través del estrecho el Cattegat, entre Suecia y Dinamarca. Del leño del agua
saltaron los wedras los gautas con mucha premura,
atracáronlo luego; rechinaban las cotas
y arneses de guerra. Dieron gacias a Dios,
pues quísoles dar tan feliz travesía»
[...]
II. Beowulf, tras matar a Gréndel, se enfrenta a la madre del monstruo, sedienta de venganza:
«(...) Entonces el bravo delante se vio
de la ogresa maligna. Alzó valeroso
su espada de guerra; firme en el puño,
el hierro anillado cantó en su cabeza
su lúgubre son. Halló son embargo
que no la dañaba su rayo en la lucha la espada,
que no la abatía. Al noble en su aprieto
fallole aquel filo que en tantos combates
los yelmos rajara y las cotas de malla
de gente enemiga. La magnífica pieza
jamás hasta entonces tan mal se portó.
No cedió su coraje , mantúvose firme;
pensaba en su fama el pariente de Hýglac:
arrojó sin demora el furioso guerrero
la espada excelente -en el suelo quedó
con su filo temible- y fió en su poder,
el vigor de su puño. ¡es así como actúa
aquel que en la lucha se quiere ganar
duradero renombre: desprecia su vida!
El príncipe gauta, sin miedo ninguno,
agarró por un hombro a la madre de Gréndel:
con fuerza terrible -era mucha su ira-
hizo que a tierra la ogresa cayera.
Ésta, rabiosa, respuesta le dio
atrapando al valiente en sus garras feroces,
y el bravo guerrero, el héroe, cansado,
también, tropezando, al suelo cayó.
Colocósele encima y, sacando una daga
ancha y brillante, trató de vengar
a su único hijo. La cota anillada
que al hombre cubría su vida salvó:
ni punta ni filo pasarla pudieron.
El hijo de Ekto, el príncipe gauta,
muerto quedara en el fondo del mar
de no haberle guardado su cota de malla,
la recia armadura, y tenido el apoyo
del Dios celestial; el Sabio Señor
que la Gloria gobierna pronto dispuso
que el héroe de nuevo del suelo se alzara.
Vio entre las armas un hierro invencible,
una espada valiosa y con filo potente,
delicia de un bravo. Era un arma sin tacha,
más tanto pesaba que nunca otro hombre
-tan sólo Beowulf- manejarla podría:
fue por gigantes la pieza forjada.
El señor de skyldingos daneses el hierro excelente
y de puño anillado con rabia tomó
y diole con él en el cuello tal golpe
que pudo su hoja a través de la carne
pasarle los huesos. Marcada de muerte,
abatida, cayó. Tuvo Beowulf
-chorreaba su espada- muy gran alegría»
Otras historias bien conocidas en las que se enfrentan héroes medievales y dragones son las de Sigifrido de los antiguos Teutones (posiblemente la misma persona que Sirgud de Old Norse, quien mató a un dragon llamado Fafnir o Fafner), Tristán, el Rey Arturo, y Sir Lancelot, de Bretaña, y quizás el más famoso de todos, San Jorge de Capadocia, quien se convirtió en el santo patrón de reinos como Aragón (en España e Italia) o Inglaterra.
Sigfrido en Los Nibelungos
Sigfrido, un joven valiente que consigue derrotar al temido dragón del bosque, logrando con esta hazaña poderes sobrehumanos. Casado con la dulce Crimilda, ha de lograr el anillo de los Nibelungos para ayudar al hijo del rey. Al final, la tragedia se cierne sobre su vida, aunque su esposa se encargará de vengarle. La leyenda de Sigfrido forma parte de una gran epopeya, muy famosa en los países germánicos, llamada Los Nibelungos. Aunque se escribió por primera vez en el año 1200, mucho antes los trovadores se encargaron de extenderla por todas partes. Los Nibelungos eran unos enanos que vivían en las entrañas de la Tierra y que tenían muchos tesoros.
Lámina Antigua. Sigfrido contra Fafnir o Fafner
Siegfried and Fafner, de Hermann Hendrich, 1906 basado en 'Der Ring der Nibelungen' de Richard Wagner
El padre de Sigfrido era muy valiente, y antes de morir dio a su hijo su fantástica espada Balmunga. El joven Sigfrido, valiente como el que más, fue directo hacia lo más profundo del bosque para enfrentarse al malvado dragón Fafner, a quien todo el mundo temía. Después de una dura lucha, Sigfrido logró matar al dragón. Entonces el héroe se dio cuenta de que tenía sangre del bicho en la mano y se la llevó a los labios en un acto reflejo. En aquel momento, oyó cómo un pajarillo decía que quien se bañara en la sangre del dragón sería invulnerable a todo. Entonces Sigfrido se rebozó bien en esta sangre, pero la casualidad hizo que se quedara adherida a su espalda una hoja de tilo, lo que quería decir que, al menos en un punto de su cuerpo, era igual al resto de los mortales.
Al cabo de unos años, Sigfrido se casó con Crimilda al tiempo que el hijo del rey, Gunther, lo hizo con Brunilda, la reina de las valkirias. Éstas eran doncellas guerreras encargadas de recoger las almas de los guerreros muertos para conducirlas al paraíso. Brunilda trataba muy mal a su marido Gunther. Para solucionar el problema, Sigfrido tenía que hacerse con el anillo del Nibelungo, que le permitiría transformar el comportamiento de la altiva dama, pero muere en esta empresa. Después sobresale la heroica actitud de su dulce esposa Crimilda, quien no paró hasta vengar la injusta muerte de su marido.
El Arcángel Miguel, de Guido Reni. Pintura del año 1636. Beowulf como parte de la inicial R de Moralia in Job [Dijon Municipale ms168 f.4v]
Escuela de Novgorod. Finales del siglo XIV
Museo Ruso, San Petersburgo, representando a San Jorge de Capadocia
Museo Ruso, San Petersburgo, representando a San Jorge de Capadocia
¿Cómo reconocer ahora en el dragón la imagen de la antigua diosa madre? La diosa se transformo de creadora en enemiga de su propia creación. Puede interpretarse el mito del héroe como el triunfo de la cultura del dios celeste sobre la cultura de la diosa madre, pero las autoras del libro prefieren explicarlo en clave psicológica; la pugna entre el héroe y el dragón representa la lucha de la consciencia humana para imponerse sobre el comportamiento instintivo e inconsciente, al mismo tiempo que representa el esfuerzo del individuo para liberarse de las pautas de comportamiento tribales y colectivas. El “dragón” es la ignorancia o la inconsciencia. El objetivo del héroe es dominar su propia oscuridad interior, su miedo a las limitaciones del conocimiento (Cliffort Geertz afirma que esta es una de las causas que lleva al hombre hacia las creencias religiosas), idea que se expresa en el zoroastrismo persa, cuando afirma que el papel de la humanidad consistía en brindar ayuda a la Luz para que dominase sobre la Oscuridad. Todo ello dio origen al fortalecimiento de la psique humana, al nacimiento del sentido de individualidad articulado en torno a mitos como Teseo, Jasón, Hércules, Perseo y Ulises.
Fragmento de pintura mural de Pompeya. Teseo y el Minotauro, de autor anónimo del Siglo I. en el Museo Arqueológico de Nápoles. Jasón consigue el vellocino. Hércules y la Hidra, por Antonio Pollaiuolo.
Desde un punto de vista simbólico, la pugna entre el héroe y el dragón serpiente representa la necesidad de los individuos de distanciarse de esta reacciones colectivas, desafiando con su propia visión los valores tribales. Cuando el mito del héroe se percibe en términos del crecimiento de la consciencia, se convierte en una búsqueda de iluminación. En este caso, no son ya el bien y el mal los elementos enfrentados, sino el conocimiento frente a la ignorancia. El “dragón” es, por lo tanto, la ignorancia o la inconsciencia; no representa tanto el caos como el miedo al mismo. Este es uno de los significados de la “victoria” sobre la oscuridad por parte de la luz, en que el objetivo del héroe es dominar su propia oscuridad interior; su miedo o las limitaciones de su conocimiento, que son ambas, en último término, una misma cosa
El héroe parte a la búsqueda de un tesoro (vellocino de oro; manzanas doradas de las Hespérides); Ulises emprende el viaje de vuelta al “hogar”… Todos ellos representan tesoros del alma, como la hierba de la inmortalidad de Gilgamesh. Pero la búsqueda implica en primer lugar la superación de un reto(matar al Minotauro, decapitar a Medusa…). La ayuda que reciben de las mujeres (Medea, Ariadn Ariadna, Circe…) representa la ayuda de los niveles más profundos e íntimos de la psique, porque para alcanzar la victoria no basta solo con utilizar la razón. Medea adormece al dragón y clamaba a la soberana noctívaga (Hécate), la infernal, la misericordiosa, para que le ayude. El Esónida (Jasón) la seguía aterrorizado. El monstruo, hechizado por el encantamiento, relajaba el largo espinazo y extendía sus incontables anillos, como cuando en apacibles mares rueda una ola negra, débil y silenciosa. Pero no obstante, levantando aún en alto su horrible cabeza, trataba de engullir a ambos con sus funestas mandíbulas. Mas ella con una rama de enebro recién cortada, que mojaba en su brebaje, entre encantamientos rociaba eficaces pócimas por sus ojos; y por encima y alrededor el intenso olor de la pócima le infundía el sueño. En el sitio mismo dejó apoyada la mandíbula, y sus inmensos anillos quedaron extendidos por detrás muy lejos a través del arbolado bosque. Entonces él cogió de la encina el vellocino dorado por indicación de la joven.
Pinturas en cerámicas griegas. El Minotauro y Ulises con las sirenas
Medusa de Bernini
En esta leyenda el héroe sólo puede vencer a la serpiente enroscada alrededor del árbol que alberga entre sus ramas el vellocino con la ayuda de Medea. De la misma manera, Teseo sólo puede vencer al Minotauro y regresar el laberinto con la ayuda de Ariadna; y, de forma similar, Perseo logra vencer a Medusa solamente con la ayuda del ojo de las tres viejas sabias, las Grayas. La diosa Atenea guía a Ulises durante su largo viaje de vuelta a Ítaca. La presencia de la diosa se revela plenamente tan solo una vez que el héroe se ha reunido con Penélope, su esposa. Sus “iniciaciones” son impartidas por dos mujeres semidivinas, Calipso y Circe. Históricamente, el héroe pudo haber sido un rey que, en la antigua cultura de la diosa, reinaba como su hijo-amante. El héroe puede cumplir su misión sólo con la ayuda de su “madre”, la diosa, que en muchos relatos se convierte en su novia.
Sin embargo hay relatos en los que lo femenino se incorpora exclusivamente como lo malvado. Es el caso del Antiguo Testamento, donde alcanzar la sabiduría almacenada en la experiencia arcaica de la psique (la “madre”) resulta imposible. El héroe se queda sin inspiración y sólo le queda su frágil racionalidad para afrontar la terrorífica imagen del padre que exige ser obedecido. La respuesta natural a esta imagen es el miedo, que obstaculiza el entendimiento y el cambio.
El dragón, en última instancia, personifica el miedo, mientras que el héroe es el valor capaz de superar ese miedo. Así el mito del héroe se convierte en un drama simbólico del conflicto interno entre valor y cobardía, y es válido para los hombres y mujeres, en todo momento y lugar en el que predomine el estado de sometimiento inconsciente al miedo. Pero el mito del héroe narra siempre las hazañas de quienes vencen al dragón, no es el mito del que perece en sus garras, ni el que le huye. Es el mito del hombre que alcanza la confianza en sí mismo, al apropiarse de lo que le amenazaba desde dentro.
El gran dios padre.
El deseo de poder, junto con el miedo -siempre presente- a ser atacado, explica en gran medida la necesidad de un dios cada vez más poderoso. Este dios ha sido en todas partes un padre celeste que gobierna desde las alturas del cielo. La llegada al poder de dioses celestes en Babilonia, Anatolia, Persia, Canaán, Grecia, India védica… se debe a los arios. Sus armas eran el fuego, el viento y la tormenta, el rayo y el rugir del trueno. Marduk, Azur, El, Baal, Yahvé y Zeus personifican estas fuerzas que los cazadores paleolíticos respetaban y tenían.
El tiempo cíclico y lineal.
Según el modelo lunar de la diosa madre el tiempo era cíclico. La diosa (la luna) acogía de vuelta a los muertos en la oscuridad de su útero a fin de que renacieran con la siguiente luna creciente.
El dios padre no podía acoger a los muertos en su interior, ni devolverlos a la tierra para que renaciesen (aunque en Egipto podía llevárselos consigo a los cielos, como estrellas). Por lo tanto, el tiempo se volvió lineal a los ojos de la humanidad: tenían un comienzo en el nacimiento y un final en la muerte. Esto ocurrió, posiblemente, por primera vez en Persia entre el 600-400 a.C. También la creación tenía un comienzo y un final definitivo, que coincidiría con el triunfo de la luz sobre la oscuridad. Es posible que estas ideas fuesen asumidas por los hebreos que permanecieron en Babilonia y que, por lo tanto, se sometieran a la influencia de los persas una vez terminado el cautiverio en Babilonia.
La historia se concebía como la voluntad del dios creador desplegada linealmente en el tiempo; era necesario que el dios creador se hallase fuera o más allá del tiempo y la creación. La humanidad tenía un comienzo y un final definitivo. Este modelo lineal puede aún subyacer al “Mito de la creación” científico del siglo XX, según el cual el “big bang” marcó el inicio de la vida; y es posible que también esté detrás del temor contemporáneo al “big crunch” apocalíptico que marque el final.
El dios de la mitología hebrea, Yahvé-Elohim, no se relaciona con diosas, ni tiene relación alguna con la naturaleza, ni siquiera como fuerza con la que hay que lidiar. Yahvé es un dios tribal y gobierna únicamente a su tribu, sin embargo, terminó por convertirse en el único, supremo y universal padre del judaísmo, del cristianismo y del islam.