Carl Gustav Carus, médico, pintor (sus pinturas “geognósicas” representan paisajes marinos o páramos solitarios y combinan la precisión científica del geógrafo con una gracia artística singular) y escritor, discípulo de Goethe y amigo de Kaspar David Friedrich, retrató, dos décadas antes que Darwin y Haeckel, una auténtica historia del alma, de su génesis progresiva en el mundo animal:
“El alma animal tiene el mismo punto de partida que el alma humana, de manera que podemos comparar el alma de los animales con el alma inconsciente del embrión humano, el alma de los animales superiores con el alma inconsciente del bebé, y finalmente con el alma del niño, en la cual se manifiestan los primeros indicios de la conciencia. Pero jamás el alma animal logrará alcanzar la etapa de la “psique alada”, por lo que, a pesar de las analogías, siempre habrá que considerarla como esencialmente diferente al alma humana…” (Carus, Psyche, zur Entwicklungsgeschichte del Seele, 1846).
Carl Gustav Carus (1789–1869) Castel dell'Ovo à Naples (1828)
Carl Gustav Carus, Seascape with rocks (The Needles, Isle of Wight, backlit). 1844.
La principal diferencia es que los “animales tan sólo participan en la inmortalidad a título de especie, como si ésta fuera un enorme animal que continúa viviendo bajo formas siempre nuevas, mediante la metamorfosis de alguna de sus partes, mientras que, en lo que respecta a la humanidad, el individuo puede participar él mismo en la inmortalidad de la especie…” (El mismo argumento ya planteado por Tomás de Aquino). Carus, como Oken, pensaba que los animales pueden ser considerados individuos pero no “personas”.
Carl Gustav Carus - Clouds of Fog in Saxon Switzerland
Algunos románticos, sin embargo atribuyeron a los animales un alma inmortal. Gotthilf Schubert, autor de El simbolismo del sueño (1814) fue uno de los precursores, mucho antes que Freud, del concepto de inconsciente:
“Muy a menudo un mundo secreto parece surgir de la mirada del animal, como a través de un puerta entreabierta que comunicara dos mundos, por lo menos por unos instantes, durante los cuales pueden plantearse preguntas y respuestas. También a veces, en la mirada del animal gratuitamente martirizado o asesinado por la mano del hombre, parece pasar el rayo de una conciencia fugaz pero profunda, testigo que piensa en el más allá”.
Gotthilf Heinrich von Schubert (1780-1860)
El vidente Justinus Kerner(médico, poeta y visionario, siempre albergaba en su casa amigos libertinos y enfermos del alma, sonámbulos y posesos, que curaba mediante atenciones, hipnosis y música) afirmaba percibir en el ojo derecho de los animales una pequeña llama azul que consideraba un indicio de su inmortalidad.
Justinus Kerner (1786-1862)
Novalis, en Henri d’Ofterdingen, llevó esta consonancia con el mundo animal, vegetal y mineral hasta su cima más alta afirmando: “Hombres, bestias, plantas, piedras y estrellas, elementos, sonidos, colores, están juntos como una sola familia, actúan y se relacionan como una misma raza. Las flores y las bestias también hablan sobre el hombre”.
Novalis (1772-1801)
El médico y físico Gustav Theodor Fechner, fundador de la psicología experimental (la ley Fechner-Weber afirma que existe una relación matemática entre la sensación y el estímulo que la provoca. También es autor de Anatomía comparada de los ángeles, donde afirma que los ángeles presentan la forma perfecta de la esfera), escribió maravillado numerosas páginas sobre el alma de las plantas y la anatomía de los ángeles, imbuidas en un panpsiquismo poético.
“Me parece totalmente natural considerar a la madre (la Tierra) como un ser por lo menos tan vivo, e incluso más vivo, que los seres que ha engendrado, puesto que ha sido capaz de crearnos a todos. Tas el primer nacimiento no ha parado nunca de traer al mundo cada vez más criaturas vivas; no parece que haya sucumbido ante los dolores del parto, ni que haya muerto tras el primer nacimiento (…). ¿No resulta tan fantástico pensar que la madre del hombre pueda haberse transformado en piedra tras el alumbramiento, como admitir que el hombre es hijo de una piedra?
He afirmado anteriormente que, contrariamente a la opinión común, las plantas tienen alma. Ahora afirmo que los planetas también tienen alma, con la diferencia de que son seres animados de una especie superior a nosotros, mientras que las plantas constituyen una especie inferior”.
La cita corresponde a su obra Zend-Avesta, donde rescata el alma universal de Nanna o la vida anímica de las plantas(donde se afirma la existencia del alma en todo ser) y reanuda los temas de El librito de la vida después de la muerte y de Anatomía comparada de los ángeles. Dice:
“El dominio del alma espiritual se extiende más lejos y sobre todo más alto de lo que se suele pensar… la Tierra no es nada más que un animal viviente primigenio, un ser provisto de alma, como un ángel. La Tierra (lo que solemos llamar así sólo es su cuerpo) da prueba de su similitud con nuestro cuerpo, gracias a los animales dispone de instrumentos sensoriales y también se mueve en la medida en que (según las concepciones cosmológicas actuales) surgida en cierto momento del seno de una esfera de materia más grosera de la que antes formaba parte, toma forma por la fuerza de su propia energía interna… Así pues la Tierra es el modelo capital y hace las veces de madre de todas las células orgánicas”
(Fechner, G.T. Zend-Avesta oderüber die Dinge des Himmels und des Jenseits. Voss, Leipzig, 1851, citado por Ángel CagigasEn busca de la supraconciencia: Gustav Theodor Fechner. Revista de Historia de la Psicología, 2001, Vol 22, nº 3-4, pp. 283-287)
Gustav Theodor Fechner (1801–1887)
La idea de que la Tierra está viva surge en la tradición del sistema filosófico alemán, encabezada por Schelling, la filosofía de la naturaleza, y en particular la representada por autores como Baader, Rittery Oken. Defendió un 'panpsiquismo' en el que propugnaba la identidad entre materia y mente. Desde su perspectiva –nos dice Ángel Cagigas- la naturaleza es un organismo animado (…) El universo vive, está en un proceso de constante evolución donde muerte y nacimiento se confunden; no proviene de la nada sino de un estado primigenio plenamente desarrollado y evoluciona para recuperar esa forma primigenia de que habla la filosofía de la naturaleza en un infinito vaivén evolutivo, igual que el péndulo o la cuerda del violín, que parten para regresar después.
Siempre continúo creyendo en los Ángeles (sus ángeles no guardan relación con nuestra especie, no son ángeles guardianes de ningún tipo sino que son ángeles cósmicos, son planetas, centinelas de nuestro destino y símbolo de nuestra capacidad para imaginar un mundo espiritual), sin embargo, después de una grave enfermedad que lo mantuvo recluido en una habitación oscura aquejado de una aguda fotofobia, desencadenada por sus observaciones sobre las postimágenes de la retina en las que pasó demasiado tiempo mirando al sol, acabó su Anatomía comparada de los ángeles(1825) con esta excusa:
“Como tras haber sido ángeles, ojos, planetas, mis criaturas se han acabado transformando en burbujas vaporosas que nacieron, como ahora observo, en la humedad acuosa de las cámaras interiores de mi propio ojo, que cansado por haber mirado fijamente al Sol ha producido la ilusión óptica de verlas realmente, y como esas burbujas acaban de estallar ahora mismo, veo que se ha roto el hilo de mi disertación”
Alex Ruiz, La noche estrellada de Vincent Van Gogh
En Francia los ejemplos son menos comunes y más tardíos, pero son de talla, Víctor Hugo, en Lo que dice la boca de sombra y otros poemas, escribe, arrebatado:
Has de saber que todo conoce su ley, su finalidad, su camino;
Que desde el astro hasta la larva, la inmensidad se escucha
Que todo en la creación tiene conciencia…
Todo dice algo a alguien en el infinito:
Un pensamiento llena el soberbio tumulto.
Dios no ha creado ningún ruido que no contenga el verbo.
Todo, como tú, gime o cana, como yo;
Todo habla. Y ahora, hombre, ¿sabes por qué
Todo habla? Escucha bien. ¡Es porque vientos, olas, llamas,
árboles, rosales, rocas, todo está vivo!
¡Todo está lleno de almas!
Gérard de Nerval, en Aurelia, también celebra el alma del mundo, hermana del alma humana en la naturaleza viva y ordenada de la gran escala de los seres:
“¿Cómo, me pregunto, he podido vivir tanto tiempo fuera de la naturaleza y sin identificarme con ella? Todo vive, todo se agita, todo se corresponde; los rayos magnéticos emanados de mí mismo y de los demás atraviesan sin obstáculos la cadena infinita de las cosas creadas; es una red transparente que cubre el mundo, y cuyos hilos desplegados se comunican con los planetas y las estrellas como si fueran cercanos. ¡Cautivo como estoy en este momento en la Tierra, converso con el coro de los astros, que participa en mis alegrías y en mis penas!”
Consonancia vibrante con toda la creación, sed de armonía y de unidad, fe en el progreso, se puede identificar en todos estos poetas los rasgos característicos de la sensibilidad romántica.
Leonard Bernstein, Massachusetts, 1970. Dirigiendo a Mahler
A comienzos del siglo XX, en 1902, la Scala naturae romántica aún vive una formulación artística mayor en la 3ª Sinfonía de Mahler, que se puede interpretar como un auténtico cántico a la gradación natural: mutación de lo inanimado en animado, lo que las flores me han contado en la pradera, lo que me cuentan los animales en el bosque, lo que me cuenta el hombre (es el célebre canto ebrio del Zaratustra de Nietzsche, (Mensch, gib acht!), lo que me cuentan los ángeles y el amor. Mahler escribe a propósito del último movimiento:
“Podría haber llamado a este movimiento algo así como ‘Lo que me cuenta Dios’, entendiendo a Dios como amor. Mi obra constituye pues un poema musical que comprende todas las gradaciones del desarrollo en ascenso progresivo. Comienza por la naturaleza inanimada y se eleva hasta el amor divino”.
Vistos desde hoy no deja sin embargo de sorprender cómo todos estos ideales generosos van a engendrar en breve auténticos monstruos. La identificación de Dios con la Naturaleza condujo al anuncio de la muerte de Dios. La gran escala romántica de los seres va a desembocar, en su impulso hacia un futuro luminoso, en “antropolatría”, y en la idea del superhombre, como explica Jankélévitch en L’odyssé de la consciente Dans la dernière philosophie de Schelling.