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La Ilustración: eslabones perdidos y taxonomías

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    En capítulos anteriores señalamos que Aristóteles fue el primer creador de la Scala naturae, aunque era demasiado simplificada, pues alineaba a los seres en una serie de perfección ascendente de lo inorgánico hasta el hombre, siendo el varón más perfecto que la mujer. 


Santes Creus (Aiguamurcia, Tarragona), claustro gótico del siglo XIV. Se cree que el maestro constructor fue Reinard des Fonoll

       Al principio, muchos pensadores (como Plotino) consideraban que todos los seres vivos lo eran, precisamente, porque poseían un alma inmortal que participaba de la naturaleza divina. Sin embargo, Santo Tomás se ocupó de quitarles el alma inmortal a los animales y se la otorgó a los hombres, que se distinguen de las bestias por su sentido común, imaginación… y su alma inmortal.

      De esta manera, el hombre fue separado de los animales (que aún siguen conservando un alma mortal)  y su posición en la Scala naturae  se halla en un estadio intermedio, en una especie de microcosmos intermediario entre la bestia y el ángel. Los seres superiores al hombre son especies incorruptibles.


En la versión aristotélica de la Gran Cadena del Ser, se puede ver a Dios ocupando la fase superior del "Ser". Didacus Valades, Scala Naturae aparecida en Rhetorica Christiana (1579). Fuente: Jason Bengtson

     Descartes formuló la teoría más radical que, hasta hoy en día, se opone a una visión continuista y unitaria del mundo vivo. Elaboró la teoría del animal-máquina, distinguiendo entre mundo material y mundo espiritual. Definió al hombre como un espíritu puro, cuya esencia es pensar, espíritu que no tiene  ningún tipo de dependencia de la materia. El alma es la esencia del hombre, sustancia que no necesita ningún lugar para ser ni depende de ninguna cosa material y que se une al cuerpo accidentalmente. El hombre (que es un alma) no es más que un espíritu encerrado en alguna parte hueca de la maquinaria (el cuerpo humano), desde donde ejerce su control. 


Mosaicos de la Creación de la basílica de San Marcos (Venecia)
 El ala, el pájaro, la mariposa están permanentemente asociados al alma en la iconografía cristiana, como podemos comprobar en los mosaicos de la Creación de la basílica de San Marcos (Venecia) vemos el “spiraculum vitae”, el aliento de vida que Dios insufla en el primer hombre para animarlo. Vemos como Adán recibe el alma alada entre sus brazos.

      A pesar de esta visión, la escala perduró en el imaginario europeo hasta el siglo XVIII, con la llegada del evolucionismo y la teoría de la descendencia de los seres de uno o varios ancestros comunes. Entonces se sustituirá la Scala naturaepor el simbolismo del árbol genealógico, que se confunde con el árbol de la vida.


Copia francesa del “árbol de la vida” (1886) de Haeckel 


De Haeckel (1866). El Homo aparece en una rama lateral en la esquina superior derecha.

      Pero no adelantemos conclusiones, pues nos encontramos en pleno siglo XVIII y estamos expectantes ante el nacimiento de las ciencias naturales, que se cimentaron en la idea de la gran escala de los seres para emprender una obra colosal de descripción y de clasificación del mundo vivo.

      Los grandes sabios pensaban que todo estaba relacionado en la naturaleza, y los seres estaban ordenados en una escala cuyas partes percibimos como contiguas, aunque su continuidad se nos escape, “el arte del filósofo” consistía en añadir nuevos eslabones donde queden espacios, de manera a reducir las distancias entre eslabones.


Árbol de la vida. The Open University 

     A la tarea de buscar los eslabones dedicaron todas sus fuerzas los miembros de la Royal Society (1667) que se proponían descubrir fenómenos nuevos para clasificarlos en la gran escala, lo mismo que proponía el artículo “Cosmología” de l’Encyclopédie.

     Todos los científicos estaban empeñados en comprender la estructura del universo, asumiendo como un gran paso adelante el descubrimiento de una nueva forma de vida animal o vegetal.

      El enorme desarrollo de la taxonomía permitió extender la cantidad de especies conocidas. La difusión del microscopio puso al alcance de la vista, en cada gota de agua, “pequeños peces o pequeñas serpientes que jamás se había sospechado que habitaran ahí”. 




Primer microscopio, Anton Van Leeuwenhoek

     De esta manera, el descubrimiento de los microbios y la infinidad y opulencia de los seres vivos, abrió la imaginación y se convirtió en argumento para afirmar la existencia de otros mundos habitados e, incluso, la presencia de los ángeles, como defendía Joseph Addison.

      Se prestó mucha atención a la búsqueda de los “eslabones perdidos” de la escala, como los “zoófitos”. Mereció especial atención el descubrimiento de Trembley en 1740, que demostró que la Hidra verde (Chlorolydra viridissima) es en realidad un animal, aunque posea clorofila y se regenere como las plantas.



Hidra verde (Chlorolydra viridissima). Baranger, Bernard

    Sin embargo, el eslabón perdido más buscado por los investigadores fue el del hombre y los grandes simios. La antropología inició sus primeros pasos buscando en regiones remotas del planeta a seres situados en el límite inferior de la humanidad, que habían sido descritos por los relatos de viajeros. Así, se pensó durante una época que los hotentotes representaban dicho eslabón perdido.



Saartjie Baartman vivió desde 1789 hasta 1815 y se conoció como la Venus hotentote. Hotentote es el nombre dado por los holandeses a la etnia Khoisans, también conocidos como bosquimanos.


      Esta búsqueda duró más de un siglo, desde mediados del XVIII hasta la difusión de los trabajos de Darwin y de Huxley. Se piensa, con error, que Darwin habló sobre el “eslabón perdido” y dijo que el hombre desciende del mono, entre los cuales debía existir un eslabón perdido.



En este frontispicio de su Evidence as to Man's Place in Nature (1863), Huxley publicó por primera vez su famosa imagen comparando el esqueleto de los simios al de los humanos. Wikipedia



Thomas Henry Huxley (1825-1895)

     Pero es una falacia. En realidad el que aproximó la idea del parentesco con los simios fue Huxley, al que algunos califican como el “Bulldog” de Darwin, por su defensa de la teoría de la evolución. Al sentirse comparados con los monos, los creyentes exigieron ver el eslabón perdido entre el hombre y el mono.


Caricatura de Darwin (1870) por John Tenniel.


    Sin embargo, no hay un eslabón perdido propiamente dicho. Primeramente nosotros no descendemos de los chimpancés (o monos, como se dice) sino que compartimos con ellos un antepasado común.

    Hoy día, todas las criaturas son especímenes intermedios. Y ello se debe a los cambios graduales, tan insignificantes, que son imposibles de rastrear en el pasado. O como dijo una vez Darwin:

    "En una serie de formas que van cambiando gradualmente desde alguna criatura parecida a un mono hasta el hombre que ahora existe, sería imposible fijar un punto definido en el que debiera ser utilizado el término "hombre".



Fuente: Evolución: El mayor espectáculo sobre la Tierra, de Richard Dawkins.

    Por eso, buscar o hablar de eslabones perdidos hoy día es absurdo. Sólo demuestra en quien lo pide que no ha comprendido correctamente la maravillosa teoría del naturalista Darwin.


Poster del circo de P. T. Barnum

     Lovejoy señala que a comienzos de 1840, tan sólo dos décadas antes de la publicación de El origen de las especies (1859), el especialista en entertainment busines y en “psicología práctica” P. T. Barnum exhibía en su circo el “cuerpo preservado de una sirena”, así como un ornitorrinco, “eslabón perdido entre la foca y el pato”, dos peces voladores, que ligaban pájaros y peces, una iguana, eslabón entre los peces y reptiles, así como “otros animales que constituyen los nexos en la gran escala de la Naturaleza animada” (L. Bossi, Historia natural del alma, 2008, p. 176).



Las conocidas como “Sirenas de Fiji”, del siglo XIX, aunque fueron popularizadas por P.T. Barnum, en realidad las fabricaban pescadores japoneses de las Indias Orientales, uniendo el tronco de pequeños simios y colas de peces.


“Sireno” japonés o misemono(palabra que significa “muestra”) para referirse a las feries ambulantes del periodo Edo que viajaban de pueblo en pueblo exhibiendo coses como estas.


Sirena del museo de James Ensor en Ostende

      Más cercana a nosotros, podemos encontrar la extraña fascinación ejercida por la pequeña sirena del museo de James Ensoren Ostende, frágil construcción rodeada de los artículos chinescos, de las máscaras de carnaval y de los corales del salón azul.

      Mucho antes de los planteamientos transformistas (sostienen que los caracteres típicos de las especies animales y vegetales no son por naturaleza fijos e inmutables, sino que pueden variar por la acción de diversos factores intrínsecos y extrínsecos.), la gran escala de los seres contribuyó pues a aproximar al ser humano a los grandes simios. Rousseauen el Discurso sobre el origen de la desigualdad en los hombres (1753) llegó a defender la idea de que los seres humanos, los orangutanes y los chimpancés pertenecen a la misma especie, y de que el lenguaje no es “natural” sino un arte desarrollado por una variante de la especie.

      Linneo en su Systema naturae (1735) clasificó al hombre dentro del género Homo, al lado de los Simios, los Dermópteros (mamíferos arborícolas del sureste asiático no emparentados con los primates) y los Quirópteros (murciélagos), en la clase de los mamíferos. Fue él quien inventó la palabra “Primate”, sin duda pensando en el hombre. En la décima edición de sus Systema naturae (1759) dividió el género Homo entre Homo sapiens y Homo sylvestris (el orangután). También hablaba de un hombre troglodita al que no sabe si situar más cerca de los pigmeos o de los orangutanes. En un escrito póstumo, Les cousin de l’homme, ya planteaba la noción de “parentesco” entre el hombre y los simios, sobrentendiendo así la existencia de un lazo genealógico, de una filiación común.

     Merece destacar la enorme contribución de Linneo a la Sistemática o taxonomía, es decir, la clasificación y nomenclaturas modernas de los seres. Linneose declara fijista cuando en su Philosophia botanica (1751) dice que “existen tantas especies como formas distintas fueron creadas en el principio de los tiempos por el Ser Infinito”. Sin embargo, al comprobar el parecido de las especies entre sí, dice que “la naturaleza no hace saltos”, donde –sin él percibirlo– se esconde la génesis de una idea evolucionista.



La sirena fabricada por Barnum. Se puede ver un ejemplar similar en el London Science Museum



La sepia, disfraz para un baile de máscaras en Nueva Orleáns en 1873. Charles Briton, aguada y acuarela, 27x20 cm, Nueva Orleans, Tulane University, Howard Milton Memorial Library, Manuscripts Departament, Carnaval Collection. Tulane's Digital Library: Carnival Collection



Escala de los seres naturales de La contemplation de la nature de Charles Bonnet, edición Neuchatel, S. Fauche 1779-1783. El orangután está sentado a los pies del hombre, que se alza sobre los demás seres, con la cabeza entre las nubes.


      La versión más elaborada de la “escala de los seres naturales” es sin duda la presentada por el gran naturalista genovés, y discípulo de Leibniz, Charles Bonnet en La contemplación de la nature (1764). Sin embargo, dos años antes publica sus Consideraciones sobre los cuerpos organizados, donde expone su preformacionismo, teoría sobre la preexistencia de los gérmenes que sostiene que la producción de un nuevo ser vivo se debe a la evolución de un germen preexistente. Esta teoría permitía explicar la aparición de los seres sin contradecir a la Biblia, pues todos los gérmenes habrían sido creados en el Génesis. Puedes ampliar el tema sobre la disputa entre ovistas y animalculistas en mi artículo Historia natural del alma, donde te informarás sobre el homúnculo que solo existía en la imaginación de los preformacionistas, de modo que nunca nadie lo vio.


Los procesos alquímicos fueron ilustrados simbólicamente con el uso de imágenes de personas y animales dentro de los vasos. Esto contribuyó a la leyenda del homúnculo. Pretiosissimum Donum Deisiglo XV. Wikipedia

      Bonnet dice que los escalones de la escala son las especies. Por lo tanto, “las entre dieciocho mil y veinte mil especies de plantas que componen nuestros herbarios suponen entre dieciocho mil y veinte mil escalones de la escala terrestre”. La “organización” es el criterio determinante del rango en la cadena. Lo simple produce lo compuesto, las moléculas forman la fibra, las fibras el vaso, los vasos el órgano, los órganos el cuerpo; la escala se construye pasando “del componente al compuesto, de los menos perfectos a los más perfectos”. Los seres se organizan “naturalmente en cuatro clases generales: los seres en bruto o no organizados; los seres organizados e inanimados; los seres organizados y animados; los seres organizados, animados y racionales”. La escala continúa: “Ya lo hemos observado, todo en la naturaleza es gradual y matizado; no podemos pues determinar el punto preciso donde comienzan los sentimientos; estos podrían incluso extenderse hasta las plantas, al menos hasta aquellas más cercanas a los animales”.

      Según Charles Bonnet, el orangután y el salvaje se parecen tanto al hombre que “el anatomista que los compara cree estar observando a dos individuos de la misma especie, o por lo menos del mismo género, y, sorprendido por los parecidos tan marcados que va descubriendo entre ambos seres, no vacila en situar al orangután inmediatamente detrás de tosco hotentote”. Ya que este gran simio carece de cola, su hembra también está sujeta a la menstruación y está dotado de “un verdadero rostro”, sabe manejar un palo y goza de tal inteligencia que podría cumplir las funciones “de un buen criado”. Y en cuanto a los mundos que giran sobre nuestras cabezas, por encima del hombre, Bonnet imagina nuevas gradaciones, nuevas combinación nuevos escenarios, nuevas facultades… Este tema lo desarrollaremos en la entrada dedicada a Monboddo.


Francesco Botticini, La Asunción de la Virgen (1475-1476). National Gallery de Londres

     “Pero la escala de la creación no se agota en el más elevado de los planetas. Ahí comienza otro universo, cuya extensión supone a nuestro universo lo que representa el Sistema solar a la capacidad de una nuez. Ahí brillan, como astros resplandecientes, las jerarquías celestiales. Ahí irradian por doquier Ángeles, Arcángeles, Serafines, Querubines, Tronos, Virtudes, Principados, Dominaciones y Potestades. Y en el centro de esas augustas esferas resplandece el sol de la justicia, el Oriente de arriba, que aporta luz y esplendor a todos los demás astros” (La contemplation de la nature, 1791).



Fragmento de Francesco Botticini, La Asunción de la Virgen (1475-1476). National Gallery de Londres




Charles Bonnet, cadena de seres de Traité d'insectologie, 1745

      Como le ocurrió a Leibniz anteriormente, Bonnetvacilaba entre una concepción estática de la escala, magnífico arco iris compuesto por todas las formas posibles, y la tentación que suscitaba una escala en perpetuo progreso. En su Palingénesie philosophique, ou Idées sur l’état passé et sur l’état futur des êtres vivants(1768), toda la escala de seres puede ponerse en movimiento y desplazarse hacia arriba, llegando a ocupar cada ser la plaza que le precede. Así, el hombre se convierte en ángel y el mono se convierte en hombre. En esta obra, de orientación leibniziana, defiende la inmortalidad del alma animal.

     Los escalones superiores de la escala no fueron olvidados en el siglo XVIII: Emmanuel Swedenborg, sabio anatomista y visionario, protagonizó una auténtica contra-ofensiva angelical hasta el punto de suscitar el interés de Kant, de influenciar a William Blake y de inspirar en Balzacun verdadero evangelio swedenborgianotitulado Serafita.

Emanuel Swedenborg

Más alto que los otros, caminaba
Aquel hombre lejano entre los hombres;
Apenas si llamaba por sus nombres
Secretos a los ángeles. Miraba
Lo que no ven los otros terrenales:
La ardiente geometría, el cristalino
Laberinto de Dios y el remolino
Sórdido de los goces infernales.
Sabía que la Gloria y el Averno
En tu alma están, y sus mitologías;
Sabía, como el griego, que los días
Del tiempo son espejos del Eterno.
En árido latín fue registrando
Últimas cosas sin por qué ni cuándo.


Jorge Luis Borges
Buenos Aires, abril de 1972



"Juicio final", Grabado de William Blake

      Kant en una curiosa obra de Juventud (Allgemeine Naturgeschichte und Theorie des Himmels, 1755, p. 133), se imagina a unos seres superiores “habitando” la mitad superior de la escala. Pero según él “los tipos más sublimes de criaturas racionales” no son los ángeles sino los habitantes de Júpiter y de Saturno. Plantea de esta manera una especie de distribución espacial de la escala de los seres en una pluralidad de mundos siguiendo criterios físicos y climáticos: las inteligencias superiores se hallarían en los planetas más alejados del Sol, pues recibirían menos calor y energía. Tales condiciones serían proclives a “una sustancia corporal más fina” que induciría “a una excelencia de las naturalezas pensantes, a una mayor rapidez y comprensión”. Mientras que los planetas más cercanos al Sol, como Venus y Mercurio, albergarían por lo tanto los escalones más bajos, muy inferiores a la naturaleza humana.



Sistema solar

    Kant pensaba que la densidad de los planetas era siempre inversamente proporcional a su distancia al sol, «las masas de los planetas tienen que ser tanto más densas cuanto más cercanos estén al sol, y tanto menos densas, cuanto mayor sea la distancia». Kant estaba convencido de que la mayoría de los astros y, desde luego, de los planetas, estaban habitados. Esta misma opinión la compartía también William Herschel, el mayor astrónomo de su tiempo. Según Kant, los habitantes de los diversos planetas son tanto más sutiles e inteligentes cuanto más sutil y ligera es la materia de que están hechos y, por tanto, cuanto menos denso es el planeta en el que viven. Los más tontos y pesados de espíritu son los habitantes de Mercurio, el planeta más denso y próximo al sol. Los más inteligentes y despiertos de espíritu son los habitantes de Júpiter y Saturno, los planetas menos densos y más alejados del sol.

      Un encantador poema de Le Brun-Pindare, La Nature, ou du bonheur philosphique(1760), resume con humor y acierto, mucho antes que Raymond Queneau (1903-1976) que en 1950 publicó Pequeña cosmogonía portátilburlándose de todas estas disquisiciones filosóficas.

Todos los cuerpos están liados en la cadena de ser.
La Naturaleza se precede y sigue en todas partes…
Con un ritmo constante, paso a paso,
Nunca le da por pegar grandes saltos.
El hombre y el animal están cada vez menos distantes,
De eso el hombre de los bosques sabe bastante.
Del coral incierto, nacido planta y mineral,
Nos vamos al Pólipo, insecto vegetal.
(…)
Entre dos infinitos ha nacido el hombre,
Y entre ambos igual de presionado se ve…
Pero cuando del elefante huye en espantada,
Se topa con las larvas en los confines de la nada.

      Voltaire fue uno de los pocos que se opuso enérgicamente a la idea de la gran escala de la naturaleza. Se basaba en argumentos “científicos” como la desaparición constatada de algunas especies, la extinción probable de otras, a veces por la mano del hombre, la posibilidad de imaginar formas intermedias que no existen, las contradicciones con ciertas observaciones etc. En su Diccionario filosófico se burla con sarcasmos de “esta fantasmagoría” que equipara  y bendice las jerarquías de los seres de la naturaleza con las jerarquías eclesiásticas: Papa, cardenales, arzobispos, obispos, curas, vicarios….



Jerarquia eclesiástica

      “Pero hay un poco más de distancia entre Dios y su mas perfectas criaturas, que entre el Santo Padre y el decano del Sacro Colegio; pues éste puede convertirse en Papa, mientras que el genio más perfecto creado por el Ser supremo no puede convertirse en Dios; hay un infinito entre él y Dios”, concluye L. Bossi, a no ser que el hombre sea Dios, o al menos su creador, se le podría objetar.

      Y esta cadena, esta supuesta gradación, tampoco existe en los vegetales y animales –afirma Voltaire- y la prueba de ello es que hay especies que han desaparecido. Ya no hay mures, por ejemplo. Y está prohibido comer grifos e ixiones (animales fabulosos cuyo consumo está prohibido por la ley judía), especies que probablemente ya hayan desaparecido de este mundo, diga lo que diga Bochart (Samuel Bochart, nació en Ruan en 1599 y murió en Caen en 1667, fue un ministro de la Iglesia Reformada de Francia y un erudito y excelente polítglota): ¿dónde está entonces la cadena?

    En resumen, durante los siglos XVII y XVIII, se producen los conocimientos biológicos que maduraron o prepararon las ideas evolucionistas. Merece destacar la enorme contribución de Linneo, que pese a declararse  fijista y sostener  que “existen tantas especies como formas distintas fueron creadas en el principio de los tiempos por el Ser Infinito”. Sin embargo, al comprobar el parecido de las especies entre sí, dice que “la naturaleza no hace saltos”, donde –sin él percibirlo– se esconde la génesis de una idea evolucionista.


Linneo, Species plantarum (1762

      Las ideas evolucionistas que se formularon durante la época de la Ilustración se debieron más a un determinado clima intelectual que a los avances concretos llevados a cabo por las ciencias biológicas. Los enciclopedistas franceses, entre los que se encuentran Voltaire, Montesquieu, Bufón, Rousseau, etc., son racionalistas radicales, que niegan cualquier interpretación sobrenatural del hombre y del universo y atacan todas las teorías que sostiene la Iglesia cristiana.


    A mediados del siglo XVIII, surgen los primeros balbuceos del evolucionismo, que alcanza ya carta de naturaleza en 1809 con el pensamiento biológico de Lamarck, expuesto en su Philosophie zoologique (1809). En esta obra, expone su teoría de la no inmutabilidad de las especies que cambian y evolucionan de generación en generación como consecuencia de una tendencia interna de los organismos a perfeccionarse y adaptarse al medio ambiente. El error de Lamarck estuvo en suponer que “la función crea el órgano”, ya que fundamentó su teoría en el “uso y desuso de los órganos” y en la “herencia de los caracteres adquiridos”. 


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